Ucrania capturó un «dron kamikaze» ruso inmune a los sistemas de defensa: así es la nueva era de la guerra tecnológica

A tres años del inicio del conflicto bélico, Ucrania se convirtió en un laboratorio de tecnología militar donde drones, sistemas de inteligencia artificial y sensores de última generación definen buena parte de la acción en el campo de batalla.

Ucrania capturó un «dron kamikaze» ruso inmune a los sistemas de defensa: así es la nueva era de la guerra tecnológica
Ucrania capturó un «dron kamikaze» ruso inmune a los sistemas de defensa: así es la nueva era de la guerra tecnológica

Más allá de tanques y misiles, el conflicto demuestra que la supremacía no depende solo de armamento pesado, sino de la capacidad de producir en masa equipos relativamente baratos, autónomos y difíciles de interceptar.

En ese contexto, la aparición del Geran-3, el nuevo dron kamikaze ruso encendió las alarmas en Kiev. Su velocidad, autonomía y resistencia a las contramedidas electrónicas marcan un salto cualitativo en la estrategia de Moscú, que apuesta por ataques masivos capaces de desgastar a Ucrania tanto en lo militar como en lo económico.

El hallazgo que encendió las alarmas

Las fuerzas de inteligencia de Ucrania interceptaron recientemente un Geran-3, un modelo derivado del iraní Shahed-238. Se trata de un hallazgo clave, porque expone el salto tecnológico que Moscú alcanzó en este tipo de armamento: motores turbojet capaces de alcanzar velocidades de hasta 370 km/h, autonomía cercana a los 1.000 kilómetros y una maniobra final de inmersión para detonar al impactar.

Este rediseño lo convierte en un arma difícil de neutralizar con los métodos electrónicos que hasta ahora frenaban los drones de generaciones previas.

Tecnología extranjera en un arma rusa
Los drones que fabrica Irán. Foto: Twitter.

Uno de los datos más llamativos es la procedencia de sus componentes. La inspección ucraniana detectó que el dron contiene casi 50 piezas de origen extranjero, entre ellas procesadores, chips de control y sistemas de navegación fabricados en países como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Suiza e incluso China.

El hallazgo confirma una tendencia ya observada en otros drones interceptados: las sanciones internacionales logran dificultar el acceso de Rusia a ciertas tecnologías, pero las cadenas globales de suministro terminan filtrando piezas críticas hacia su maquinaria militar. Esto plantea un dilema complejo sobre la trazabilidad tecnológica y la efectividad de los embargos.

Producción industrial a escala
Foto: EFE

Si algo explica la relevancia de este dron no es sólo su sofisticación, sino el volumen en el que Rusia asegura poder fabricarlo. Según estimaciones de inteligencia occidental, Moscú podría lanzar hasta 2.000 drones de este tipo en un ataque coordinado, con ofensivas previas que ya superaron los 800 en una sola noche.

La estrategia apunta al desgaste económico de Ucrania: mientras un dron cuesta apenas una fracción del precio de un misil antiaéreo necesario para derribarlo, Kiev se ve forzada a gastar recursos cada vez más caros en su defensa.

Ante esta amenaza, el gobierno ucraniano trabaja en su contraofensiva con la producción de drones interceptores, sistemas más baratos que los misiles tradicionales, capaces de perseguir y derribar aéreos enemigos en pleno vuelo.

Además, se despliegan sensores acústicos y ópticos que permiten la detección temprana de enjambres de drones, junto con nuevas tácticas militares para reducir su impacto.

No obstante, la clave sigue siendo el respaldo internacional: Ucrania depende del financiamiento y del suministro tecnológico de sus aliados para sostener la carrera frente a una Rusia que parece haber encontrado en la producción masiva de drones kamikaze una ventaja estratégica.

La irrupción del Geran-3 no hace más que reconfirmar un cambio estratégico en las guerras modernas: no dependen sólo de armas estratégicas de alto coste, como aviones o misiles hipersónicos, sino también de enjambres de sistemas autónomos, baratos, difíciles de rastrear y con gran capacidad de saturar defensas aéreas.

En este escenario, el desafío no pasa únicamente por la innovación tecnológica, sino también por la capacidad industrial. Gana no quien tiene el arma más avanzada, sino quien puede producirla en serie y sostener su despliegue en el tiempo.

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